LA PILLERÍA NACIONAL
Está claro que necesitaremos tiempo. Para llegar a ello es necesario un cambio de mentalidad y cambiar, en gran medida, la prioridad de nuestros valores morales y económicos. Tendremos que romper con la concepción metafísica de nuestros deseos y habremos de comprender que lo fundamental habrá de ser la búsqueda de la felicidad compartida y no el acaparamiento de riqueza. Evidentemente no será fácil convencer con tal argumento a los que ya poseen la moneda y los recursos, pero han de conocer los riesgos del futuro, una guerra cruel en la que también sufrirán bajas y que, por muchas armas masivas que dispongan jamás la ganarán porque, en su mismo bando, siempre habrá algún traidor dispuesto a ocupar su puesto. Donde no se respeta la dignidad desaparece el honor, por mucho que se afirmen honorables, la mayoría son ratas que no dudarían en vender a su madre si la cantidad ofertada lo merece.
Pero… y nosotros, ¿en qué nos convertimos cuando vamos de pillos y nos dedicamos a engañar a nuestros iguales a cambio de algo de rentabilidad? Ayer, mi amigo Javier, ex-juez (lo dejó porque sufría demasiado a la hora de condenar), cristiano cercano a las teorías de los jesuitas de la teología de la liberación, profesor de derecho en la universidad, incansable colaborador jurídico del 15M y la PAH en mi ciudad y, sobre todo, una de las personas más buenas y solidarias que he conocido, me comentaba lo contento que estaba porque habían conseguido retrasar seis meses el alzamiento de la vivienda de una familia de un pueblo cercano a la urbe. Estábamos en una cafetería, esperando la llegada de las carrozas de los Reyes Magos y nos acompañaba mi mujer, que es del mismo pueblo que esa familia. La reconoció al instante por los apellidos, al parecer mi suegra vive muy cerca de ellos. Sentí pena al ver como la cara de niño ilusionado de mi amigo Javier se tornaba sombría, como si una confusa penumbra le comenzara a enturbiar los ojos, mientras desentrañaba cada una de las informaciones de Ana, mi mujer.
- En el pueblo, decía Ana, nadie desea que los desahucien, tienen hijos pequeños, pero están muy indignados con ellos. A él el ayuntamiento le dio trabajo limpiando las calles, ya tenían la orden de embargo y el alcalde quiso ayudarlos. 800 euros, una miseria, pero suficiente para abonar la mensualidad de la hipoteca y sobrevivir, pero estuvo tres meses currando y no pagó ninguna mensualidad, prefirieron gastarse el dinero en la romería del Rocío. La cara de Javier era todo un poema, un poema nefasto y cruel. El alcalde se enteró y se enfadó con él y lo despidió, diciéndole que eran muchos los que necesitaban ayuda.
- Claro, ahora entiendo porque no me traía buenos informes del ayuntamiento, dijo Javier abrumado, tengo la impresión de haber estado haciendo el tonto durante mucho tiempo.
Al despedirme de Javier, ya no le acompañaba su eterna y jovial sonrisa, aunque el pelo gris de su cabeza era entonces un arcoíris de confeti. Los Reyes Magos pasaron y siguieron su camino sin pararse y, en vez de caramelos, a Javier sólo le dieron decepción y una honda tristeza. ¿Cómo podemos aspirar a un cambio rebosante de justicia y dignidad, si actuamos así con personas como Javier, esos anónimos héroes que están luchando por nosotros? No podemos generalizar, ni desde la ingenuidad ni desde la desconfianza absoluta. Se ha de estudiar cada caso en concreto, indagar si las informaciones aportadas son ciertas o engañosas y actuar con firmeza y en consecuencia. Aprovechados los hay en todos lados y a esos, estén donde estén, no nos cabe otra que apartarlos, hasta que ellos mismos se merezcan alguna posible restitución. Los necesarios, los verdaderamente fundamentales, los que pueden materializar nuestra esperanza, son los tipos como Javier. Es a ellos a quienes debemos cuidar.
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