HERMOSA LUNA DE INVIERNO
Luna acaba de cumplir 22 años y su vida debiera ser un arcoíris festivo, un paraíso desbocado por los aromas y el fuego de la carne sinuosa, un horizonte ahíto de elecciones y erotismo, un abanico abierto de posibilidades milagrosas, un porvenir instigador de sueños e ilusiones, pero el telón destructor de la muerte ha ensombrecido sus ojos tiernos. Su hermosura de cristal fino llora por dentro, cuando la soledad la circunda y cuando los mozos, esculpidos de alabastro, la cortejan, rendidos a la sutil sensualidad de algún esbozo de sonrisa. No puede evitarlo, la Venus de Mazagón nada entre olas de tristeza. Su madre ingresó en el psiquiátrico cuando ella cumplió 12 años y su padre no ingresó pero casi, ante la pérdida de su compañera. Con los años mamá regresó a casa, ya separados sus padres, y tuvo que comerse a solas sus múltiples crisis depresivas. Luna creció como un lirio, estabilizando sus raíces en la profunda oscuridad de su lago personal y esplendorosa y brillante bajo los focos del sol, pero frágil, quebradiza, ante el temor de encontrarse cualquier día, de repente, un presente inevitable. Ese día llegó hace unos meses. Mamá no pudo más con el dolor de su existencia y fue a tender la ropa a la terraza, un noveno piso, desde el que le fue imposible volar. Luna estaba de fiesta cuando la avisaron, en una discoteca de Punta Umbría. Era la policía y la reclamaban en Huelva, ciudad en la que madre e hija vivían. Era necesario su reconocimiento del cadáver.
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En estos meses ha ido muriendo a zancadas la inocencia magnética de Luna y, seguramente, se habrá endurecido su corazón, tanto como el asfalto sobre el que aterrizó su madre. Sin embargo, el azar la ha salvado, por ahora, de un futuro miserable, injusto e inmerecido. Aún me han quedado unos 12.000 euros, me dijo al despedirse, con los que pienso terminar mi carrera en Noruega. ¿A Noruega?, rubita de fuego invernal, le dije bromeando, ten en cuenta que allí no resultarás nada exótica. Ella sonrió coqueta y me dió recuerdos para Ana, mi mujer, suegra y madre de sus dos mejores amigos.
Luna ha tenido suerte, nuestra hermosa luna de invierno ahora forma parte de ese escasísimo porcentaje de jóvenes que aún tiene una posible elección, a pesar de haber nadado durante su corta existencia entre las aguas de las ilusiones perdidas y la crudeza del invierno. Pero ¿cuántos jóvenes siguen enclaustrados en el frio abandono, sin posibilidades, sin esperanza y con poquísimos sueños que se van muriendo con el tiempo? Yo, como adulto, no puedo evitar sentirme culpable. Y tú, ¿no te sientes avergonzado de este inhóspito y deshumanizado mundo, producto de nuestra maldita generación?
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