LA OTRA CARA DE LOS SUICIDIOS
Llevo dos días leyendo mensajes de ira e indignación sobre el suicidio de Amaya Egaña en Barakaldo, cuando los agentes judiciales estaban a punto de derribar la puerta de su vivienda con la orden de desahucio. Y si bien es cierto que la mayoría de los españoles vivimos en una situación humillante y vergonzosa, mientras en los pasillos del poder, ilustres banqueros genocidas y sicarios políticos, diseñan la muerte de los ciudadanos más vulnerables. También es cierto, señores, que este suicidio es diferente, aunque no excepcional. Con unas particularidades que muestran a una sociedad enferma, la española, y que me induce a preguntarme si nuestro modelo de vida, en general, no está profundamente errado.
El drama de los crecientes suicidios en España tiene diversas aristas y deberíamos estudiarlas todas. La actuación de los bancos es abusiva e inhumana. No es concebible que la codicia y usura de los abyectos banqueros, les esté llevando a acumular centenares de miles de inmuebles vacios que se acaban llenando de cucarachas y que, en muchas ocasiones crean agujeros imposibles de cubrir en las finanzas de muchas comunidades vecinales, mientras más de medio millón de seres humanos vagan perdidos por el asfalto de las ciudades sin el techo protector que les han arrebatado. No ha sido ética la omisión del gobierno ante la indefensión de los más desprotegidos, no. Ha sido asesinato premeditado, así de claro. Ellos no colocaron la soga en el cuello del librero de Granada, ni la silla junto a la barandilla del balcón en Barakaldo, pero se han quedado mirando sin hacer nada, mientras degustaban buenos puros habanos ofrecidos por sus compinches, los banqueros. Pero también tendremos que pararnos a pensar en el por qué de la no aceptación del fracaso social en los individuos. Porque, desde mi punto de vista, esta es la razón que llevó a la defenestrada Amaya a tomar una decisión tan terrible.
Cuando una persona se niega a aceptar su realidad económica y sigue tratando de mostrar públicamente un nivel imposible de asumir, esa persona tiene un problema grave. Y si, tanto en el caso granadino como en el de Amaya, esa persona decide mantener en secreto absoluto su problema, no comunicar a nadie su desazón, su lógico desasosiego interior, el problema anímico se agrava y puede tener como desesperado resultado la huída visceral, el suicidio. Qué cosa más absurda, quitarse la vida por dinero, pensaréis muchos, pero nadie sabe realmente qué se siente hasta que te llega el momento. Y sinceramente creo que nadie sabe con certeza cuál será su atroz decisión. Hemos perdido la capacidad de empatía, nuestra dirigida educación competitiva nos ha llevado a ser incapaces de ponernos en el lugar del otro. Vivimos en una sociedad enferma, en la que uno sólo se siente realizado a través de la admiración ajena y esta admiración se consigue a través de la posesión de objetos (el traje más chic, el coche más potente, la vivienda soñada, etc…), la proyección social más envidiada (acudir públicamente a buenos restaurantes, asistir a fiestas exclusivas, etc…), la sonrisa ficticia en el espejo brumoso de la ilusión. Y los pies levitan sobre la resaca de las olas, hasta podrías volar si lo desearas, para no caer, porque caer significa la muerte, el olvido, la exclusión. Llegado el momento en el que el veneno del buen vivir sedimenta tus venas, como ocurre con las drogas, se hace necesario aumentar la dosis, hasta el límite de la desesperación o la locura.
Los sociólogos y psicólogos de este país ya deberían estudiar este fenómeno, cada vez más común en nuestra España. El equivocado concepto de fracaso económico y social de esta errada civilización puede significar también un nuevo nacimiento. La rosa, bella y perfecta, puede surgir de un montículo de estiércol. En cambio, no ser capaces de aceptar un nuevo rol será elegir la muerte, significará optar por el ocaso de nuestra civilización, acabar con toda posibilidad de esperanza, renegar de la existencia del amor.
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